Concha Seijas

Concha Seijas
Otoño-Invierno 2009/2010. Cantabria.

martes, 27 de abril de 2010

Capítulo 4, totalmente inédito. El 11 de abril de 2002 NO HUBO en Venezuela ningún golpe de Estado. Aquí se relata parte de lo que sí sucedió.

CAPÍTULO 4

Dos mil dos fue el año de la huelga petrolera y de aquel desaguisado que España y Europa han decidido convertir para la Historia en un golpe de Estado contra Hugo Chávez. Esta iniciativa que yo considero “tan europea” ha dado la vuelta al mundo y el mundo entero menos USA ha decidido que en 2002 nosotros, la oposición civil venezolana, intentamos derrocar a Chávez… ¿por la fuerza? ¿Con qué? Si él posee el monopolio de las armas –en un plural pluralísimo que va más allá de las simples armas oficiales de las fuerzas armadas venezolanas. Sólo por mencionar algunos de los grupos armados por la revolución podemos señalar a los temidos Círculos Bolivarianos (los círculos, simplemente, como los llama la oposición). En el Chile de Allende llevaban por nombre “Círculos de la Paz” - paz armada, por supuesto. En la Cuba castrista aún subsisten como los famosos CDR –los temidos Comités de Defensa de la Revolución. Afortunadamente, esto es una novela autobiográfica y no un ensayo ni un artículo de prensa. Por lo tanto, sin intentar convencer a nadie diré la verdad. En 2002 hubo una semana de “vacío de poder” (como lo llamó el TSJ –Tribunal Supremo de Justicia, organismo del poder judicial diseñado por Chávez y cuyos magistrados fueron colocados por el mismísimo Hugo Chávez a dedo revolucionario y de socialismo nuevo siglo veintiuno). La marcha de la oposición partió de la plaza Altamira sobre las diez de la mañana bajo la protección del sol de Caracas. Caminamos por la avenida Francisco de Miranda hacia el distribuidor Altamira de la autopista del Este. Llegamos a Chuao donde teníamos prevista una concentración política. En un momento dado surgió una consigna ¡¡¡A Miraflores!!! Y partimos decididos con nuestras banderas de Venezuela, nuestros niños, nuestras mascotas, nuestros ancianos en silla de ruedas todo impregnado del amarillo azul y rojo del tricolor nacional. Hasta mujeres en bikinis tricolor. Los perritos de los ricos vestidos también de patriotas. Ropa deportiva, viseras, sombreros, franelas; tricolor por doquier. Emulando a los gringos –siempre- con sus barras y sus estrellas. Estamos transculturizados, ya se sabe; llevamos más de un siglo así. Ya somos así. Es la Historia del hombre, la de siempre, culturas diversas encontrándose, fusionándose. Mestizaje. No hay nada nuevo. Tan sólo cambió la tecnología –que ha cambiado siempre. Pero ahora a esta historia común de la civilización humana como un todo se la llama “globalización”, “mundialización” simplemente por su ahora escala planetaria. Y, al parecer, estos nombres no gustan, causan pánico entre ciertos fósiles de ¿izquierda? y no pocos nacionalistas de cualquier pelaje. La globalización no gusta a Bin Laden –si “eso”, “ese señor” existe- y, por lo tanto, sus ataques terroristas también son ahora globales. El terrorismo que azota a un Occidente globalizado, liderado por los combatientes anti-globalización es –ahora- global. Y nos matan con nuestra propia tecnología –tecnología occidental. ¿No será, más bien, que nos estamos suicidando?
¡A Miraflores! ¡A exigirle la renuncia a Chávez! Caminamos toda la autopista hasta salir a la avenida Baralt no sin antes pasar por la avenida México –donde yo estratégicamente, es decir, cobardemente, me retiré y corrí hacia el metro de Plaza Carabobo luego de escuchar el rumor que venía desde el principio de la marcha y corría hacia atrás: francotiradores… ya se escuchaban los disparos. Ya el peo estaba servido. La marcha se deshacía. La gente huía. Yo de primerita. Salí del metro en Dos Caminos y corrí a casa. Me encerré en mi apartamento. Cerré todas las ventanas y bajé las persianas a tope. Apagué todas las luces. Dejé a ras del suelo una linterna y tenía algunas velas para emergencia. Encendí el televisor y me coloqué los cascos. Durante una semana no hice ruido, no comí, no nada; no se me escuchaba respirar. Ya había aprendido la lección. Los torturadores, los delatores preceden al tirano. Tan sólo esperan que éste aparezca para hacerse presentes. Y son siempre tus vecinos.
La marcha de dos millones de personas se acercaba por la avenida Baralt a Puente Llaguno para de allí subir a la avenida Urdaneta y luego seguir por la avenida Sucre hasta el palacio de Miraflores. La marcha no llegó nunca a palacio. La cola de la misma ubicada donde yo deserté entre las avenidas México y Universidad era blanco de los francotiradores. Su cabeza llegando a puente Llaguno por la Baralt fue atacada por pistoleros desde el mismo puente. Y parte de ella que no sé cómo llegó a la avenida Urdaneta e incluso a la Sucre era esperada por tanques de guerra comandados por mandos medios de las fuerzas armadas nacionales. Los cañones de los tanques apuntaban a la marcha civil pacífica con armamento de guerra. Estos mandos medios se habían desplazado con sus tanques al lugar por orden directa de Hugo Chávez a través de una frecuencia de radio que el alto mando militar desconocía. No fueron los generales y coroneles ascendidos a dedo por el mismísimo Chávez quienes ordenaron el operativo. Fue Él. Entonces supimos que desconfiaba de su propio Alto Mando –muchos de los entonces generales y coroneles lo habían acompañado en la aventura golpista de 1992 cuando eran capitanes, tenientes, tenientes coroneles. Los tanques no llegaron a disparar. Pero hubo muertos entre los marchantes. Asesinados unos por los misteriosos francotiradores profesionales que todavía hoy nadie sabe a quien respondían. Otros caídos por las balas de los pistoleros chavistas de Puente Llaguno. El Alto Mando Militar ¿arrestó? ¿secuestró? (aún nadie lo sabe) a Chávez y lo sacó del palacio de gobierno llevándolo al Fuerte Tiuna de Caracas como prisionero. SU Alto Mando Militar. SUS otrora compañeros de golpes de Estado. En ese momento la oposición venezolana no tenía ningún tipo de contacto con estos altos militares considerados entonces leales a Chávez hasta la muerte. Actuaron por si solos. Nadie les pagó. No fue traición. Tuvieron dos motivos, supimos después. Por una parte, Chávez había pasado por encima de ellos al dar órdenes directas a los mandos medios que sacaron los tanques. Esta operación fue revertida bajo las órdenes del Alto Mando. Por otro lado, Chávez había ordenado enfrentar una marcha pacífica y civil con tanques de guerra y armamento militar. El Alto Mando no podía tolerar esto. En parte por dignidad militar pues se había violado el principio fundamental de la subordinación. Y, por otra parte, como nos dijo por televisión desde la Asamblea Nacional nuestro siempre recordado General Rosendo y aunque no haya sido él me gustaría que así fuese, porque –a juicio de los generales- no había, enfrentando a los tanques, ningún ejército enemigo. Los generales no iban a permitir que el mundo entero los señalase por genocidio alguno. Arrestaron a Chávez para hacerlo entrar en razón. Luego lo devolvieron a palacio. En el medio sucedieron otras cosas nunca del todo aclaradas. No hubo ningún golpe de Estado. Ni Aznar ni Pastrana ni los Estados Unidos conspiraron en ese golpe simplemente porque no había golpe. No hubo golpe. Ni siquiera golpe de palacio. Tampoco autogolpe. Chávez fue arrestado sin su consentimiento. Fue –como decimos en Venezuela- algo entre ellos. Conozco muchísimos detalles adicionales acerca de este episodio. Los conozco de primera mano. Yo sé lo que pasó. Pero no está en mi interés convencer a los lectores de nada. Yo sé lo que pasó. No todo. Muchas cosas que vi y viví no han sido contadas. Las presenciamos millones de venezolanos. Nadie las coloca por escrito. Ni yo. Yo tampoco. Pero yo quería hablar del suicidio de Janet Kelly. Y para ello quería comentar su última –si lo fue- acción política. Puesto que Janet Kelly no fue jamás un político. Mas sí una académica, una intelectual de la cosa pública venezolana y latinoamericana.